Artículo publicado en el suplemento "Universo Arte y Ciencia"
del diario "La Industria" de Chiclayo, Sábado 29 de Octubre 2011
Sólo en las aulas de Educación Inicial las paredes están cargadas de estímulos visuales que atraen nuestra curiosidad; en Secundaria a lo más encontramos el retrato de algún héroe.
No las hubiera llenado Miguel Ángel con los dibujos de máquinas de Leonardo da Vinci?
No las hubiera llenado Miguel Ángel con los dibujos de máquinas de Leonardo da Vinci?
En los países desarrollados la manufactura y exportación de bienes complejos es la principal forma de generar riqueza. Representaciones gráficas de los artefactos que producen son indispensables para facilitarle a los técnicos su ensamblaje o su desmontaje.
Mediante versiones más amables, atractivas y coloridas de las ilustraciones que se incluyen en sus manuales de mantenimiento, niños y jóvenes se familiarizan desde pequeños con la anatomía de los aparatos creados por el ingenio humano para mejorar su calidad de vida, desde inodoros y cámaras fotográficas, hasta motores y aviones.
Publicaciones de estas características se encuentran en todas las bibliotecas escolares, infantiles y juveniles, y en la mayoría de hogares, mientras que, en medios como el nuestro, es más bien infrecuente que los padres, las escuelas o la industria editorial procuren que estas intrigantes ilustraciones lleguen a manos de nuestros niños y jóvenes para despertar su curiosidad por comprender cómo funcionan las cosas.
Mediante versiones más amables, atractivas y coloridas de las ilustraciones que se incluyen en sus manuales de mantenimiento, niños y jóvenes se familiarizan desde pequeños con la anatomía de los aparatos creados por el ingenio humano para mejorar su calidad de vida, desde inodoros y cámaras fotográficas, hasta motores y aviones.
Publicaciones de estas características se encuentran en todas las bibliotecas escolares, infantiles y juveniles, y en la mayoría de hogares, mientras que, en medios como el nuestro, es más bien infrecuente que los padres, las escuelas o la industria editorial procuren que estas intrigantes ilustraciones lleguen a manos de nuestros niños y jóvenes para despertar su curiosidad por comprender cómo funcionan las cosas.
“Si no puedo dibujarlo no lo entiendo”- Albert Einstein
Facilitar el más amplio y universal acceso a imágenes como éstas es uno de los recursos con los que los países industrializados estimulan el desarrollo de las capacidades necesarias para concebir y fabricar productos sofisticados en cada nueva generación, mientras que en aquellas sociedades cuyo analfabetismo tecnológico nos limita a la exportación de materias primas sin mayor valor agregado parecemos contentarnos con que sólo los técnicos que tendrán que darles servicio cuenten con los diagramas que les permitirán comprender cómo funciona el inodoro, la cámara fotográfica, el motor o el avión.
Si, como nos han recomendado Michael Porter y el Banco Mundial, nos decidiéramos a dar el “salto quántico” hacia una economía basada en la innovación –la única forma de alcanzar el bienestar que disfruta el primer mundo- deberíamos estar inventando las estrategias y las herramientas que harían posible que una masa crítica de nuestra población pueda, en primer lugar, apropiarse del capital tecnológico de la humanidad.
Si, como nos han recomendado Michael Porter y el Banco Mundial, nos decidiéramos a dar el “salto quántico” hacia una economía basada en la innovación –la única forma de alcanzar el bienestar que disfruta el primer mundo- deberíamos estar inventando las estrategias y las herramientas que harían posible que una masa crítica de nuestra población pueda, en primer lugar, apropiarse del capital tecnológico de la humanidad.
Reinventando lo inventado
Con una alternativa bastante radical me sorprendió alguna vez José Luis Herce-Vigil, funcionario mexicano de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual: “Si queremos salir de pobres, en países como los nuestros, los escolares deberían dedicar el grueso de la jornada …a estudiar patentes”. Es cierto que en estos documentos –cuyo acceso es público- está contenido el acervo tecnológico de la humanidad: cada patente comienza describiendo alguna problemática y, luego de analizar las falencias que aquejan las respuestas que el ingenio de terceros les ha dado a lo largo de la historia, el solicitante sugiere su propia solución, enumerando sus méritos distintivos. A medida que el lector recorre esta estructura característica, su dormida creatividad despierta, y va ensayando sus propias respuestas a la problemática detectada; si no coincide con la que finalmente propone la patente bajo análisis -y en el camino además se hizo una clara idea del estado de la cuestión- ya sabe que el fruto de su imaginación es novedoso y, como tal, susceptible de ser patentado; éste debería ser el primer paso para que, eventualmente, pueda convertirse en una innovación introducida con éxito en el mercado. Si en esta oportunidad no se le llegó a “prender el foco”, por lo menos se ha familiarizado con la clase de observación, análisis y razonamiento cuyo florecimiento debe favorecer un país que quisiera desarrollarse y no sólo crecer. Este entrenamiento dará sus mejores frutos cuando –más tarde o más temprano- el individuo –sea cual fuere su circunstancia- enfrente alguna situación ingrata que activará sus neuronas y le hará exclamar “eureka!” Una primera dificultad es que la lectura de patentes exige, para comenzar, una solvente capacidad de comprender lo que se lee, software que nuestro sistema educativo apenas consigue instalar en una minoría de sus usuarios –como si, por faltar sólo una bala en el tambor de un revólver, las posibilidades de escapar ileso de un juego de “ruleta rusa” se redujeran al mínimo.
La imitación también es creativa
El conocimiento tecnológico está, también, implícito y embebido en los artefactos mismos, por lo que basta desmontarlos cuidadosamente para deducir el razonamiento de quienes los construyeron. A esta peculiar forma de “transferencia tecnológica” (que no necesariamente ha sido consentida por los creadores y los propietarios de las tecnologías en cuestión) se la conoce con el ingenioso oxímoron de “ingeniería reversa” (o “inversa”), aludiendo -en irónica oposición- a un proceso lineal que se supone sería más correcto y que consiste en concebir el producto-hacer los planos-fabricarlo. Sin embargo, en una guerra, lo imperdonable sería no practicarle la más rigurosa autopsia al armamento enemigo capturado para descubrir los secretos de su funcionamiento. Por otro lado, al investigar cómo imitar los productos de terceros terminan generándose variaciones, adaptaciones e innovaciones incrementales (y, más tarde, incluso radicales) respecto de la versión conocida de una tecnología; y ése es, después de todo, el camino al desarrollo –que es el de su propio capital humano- que han recorrido países como Japón y Corea, y que hoy transita la China. Me parece, pues, perfectamente respetable que una universidad en un país vecino proclame –sin ruborizarse- que su estrategia pedagógica fundamental es precisamente la “ingeniería reversa”. Es, incluso, una propuesta que bien merece ser…imitada.
Si las paredes hablaran
La idea de que las paredes hablen es tan antigua como las pinturas rupestres en las cavernas habitadas por el hombre prehistórico, y tan contemporánea como los carteles publicitarios en las calles; de lo que nos interesa promover dependen los contenidos con los que elegimos revestirlas.
Para el aventurero y escritor francés André Malraux -Ministro de Cultura del General de Gaulle- los obreros tenían derecho a disfrutar del arte a pesar de su escaso interés por pasar su tiempo libre en museos o comprar libros de pintura, por lo que decidió que en las fábricas y talleres se colgarían reproducciones de los cuadros del Louvre.
Empapelar las aulas o las habitaciones de nuestros niños y jóvenes con ilustraciones que revelen la anatomía de los artefactos creados por el ingenio humano –desde un inodoro o el “mouse” de una computadora hasta el monitor “Huáscar” de Miguel Grau
o el “Blériot XI” de Jorge Chávez-
transformaría incluso ambientes construidos con las más humildes esteras en potentes capillas sixtinas de la Ciencia y la Tecnología, capaces de alentar el masivo surgimiento de innovadores peruanos.
Para el aventurero y escritor francés André Malraux -Ministro de Cultura del General de Gaulle- los obreros tenían derecho a disfrutar del arte a pesar de su escaso interés por pasar su tiempo libre en museos o comprar libros de pintura, por lo que decidió que en las fábricas y talleres se colgarían reproducciones de los cuadros del Louvre.
Empapelar las aulas o las habitaciones de nuestros niños y jóvenes con ilustraciones que revelen la anatomía de los artefactos creados por el ingenio humano –desde un inodoro o el “mouse” de una computadora hasta el monitor “Huáscar” de Miguel Grau
o el “Blériot XI” de Jorge Chávez-
transformaría incluso ambientes construidos con las más humildes esteras en potentes capillas sixtinas de la Ciencia y la Tecnología, capaces de alentar el masivo surgimiento de innovadores peruanos.
1. En el Computer History Museum en Mountain View imágenes de las patentes que les fueron otorgadas acompañan a los artefactos exhibidos (Fotografía de Harry Orsos)
2. Infografía del monitor “Huáscar” de Miguel Grau dibujada por el arquitecto José Pinzás por encargo del Instituto de Estudios Histórico-Maritimos del Perú
3. Infografía de un automóvil en una estación de servicio en San Isidro (Fotografía de Harry Orsos)
Fabuloso, una educación de ese nivel de conceptos en el Perú, me encantaría para mis hijos ¡¡¡
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